Vino Alonso Quijano a asentarse en la Villa de Tembleque en el año 2003, atraído por la venta de lana y la trashumancia que se daba en el pueblo.

Encontró posada durante estos años, aunque no tuvo la oportunidad de deambular por las tierras manchegas hasta que pasados cuatro años compró caballo y armadura nueva para salir a cabalgar pero tropezó y tuvo que ser cuidado durante largos años que transcurrieron ideando y soñando la partida.

Recibió cobijo, fue alimentado y bien cuidado pero no se le volvió a ver en el mercado. En el trascurrir de los años fue cambiando y transformándose. Le visitaban las gentes del lugar que escuchaban sus delirios entremezclados con sus deseos. A veces parecía cuerdo y otras, trastornado.

Le apodaron “Don Quijote” porque siempre estaba queriendo ponerse el quijote de su armadura entre las piernas para cabalgar libre por los pueblos manchegos en busca de su amor, pero ya le costaba caminar. En esto que mandó aviso para que buscaran un escudero que le acompañara en las andanzas que quería emprender, para explicarle sus ideas y justificar sus acciones.

Encontró al fin a un labrador llamado Sancho Panza, común y corriente, sencillo y pedestre que vivía sereno y apacible en su pueblo natal que accedió al fin a acompañarlo, comprendiendo los deseos de Don Quijote. Así, en los días que corren, dio comienzo en la Villa de Tembleque, una nueva historia protagonizada por Don Quijote y Sancho.

El filósofo francés Michel Foucault describe a Don Quijote como: «un largo y fino gráfico: una letra escapada de las páginas abiertas de un libro…»

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